miércoles, 29 de diciembre de 2021

REFLEXIONES A 5 PA’ LAS 12

 

REFLEXIONES A 5  PA’ LAS 12

(Navidad del 2021)

Por Dr.  Roger Garcés

Psicólogo

@psicogarces

 

Es opinión de este suscrito que si algo ha definido este 2021 es el esfuerzo. Buena parte del año que se acaba lo invertimos en colas, en trabajar en dos y tres trabajos, en ahorrar denodadamente  para no desperdiciar ni un céntimo, transformándonos de un país de botarates en la envidia de cualquier inglés con su flemático porte y sus bien aceradas y firmes costumbres. El esfuerzo no solo fue físico o económico sino también espiritual. Nos esforzamos en aprender cosas, en realizar prácticas, en comprender enseñanzas. En fin, a cada reto que planteó este año (que fueron muchos) le siguió un esfuerzo que por lo general dio sus frutos.

 



Muchos sobrevivimos al Coronavirus y cuando nos dio lo sufrimos  con hidalguía, sabemos que nos hizo daño y dejó secuelas, pero agradecimos al universo la segunda oportunidad y seguimos adelante con nuestra vida. Algunos que fueron muy cercanos no lo lograron y sufrimos por ellos el tiempo necesario,  y luego  nos levantamos y  continuamos ofreciendo lo mejor de cada uno de nosotros. Nos trenzamos en la batalla diaria, en las colas, en cubrir los turnos de los dos o tres trabajos, en el ahorro milimétrico, en el cálculo infinitesimal de nuestras obligaciones, que mal que bien pudimos cubrir, y a 5 pa’ las 12 nos sentimos y sentamos tranquilos a escuchar las campanadas y el cañonazo de rigor, que marca el fin del 2021 y el comienzo del 2022.


 

Sin embargo, hay una cuenta que no terminamos de pagar, que es la cuenta de la *impermanencia*. La impermanencia que determina que algunas personas pervivan y otras no. La Impermanencia que decide cuándo alguien se va de nuestro lado. La impermanencia que hace desaparecer rápidamente los momentos bellos, y también los momentos duros. La impermanencia que hace que a cada segundo vayamos viendo cómo la vida nos va cambiando, etc.

Con la cantidad de gente que ha pasado de plano a nuestro alrededor y con el mismo coronavirus atormentando nuestro cuerpo (a veces más el alma que el mismo cuerpo), no pudimos dejar de pensar en la muerte. La idea de la muerte nos acompañó durante gran parte del año y por eso nos cuidamos tan bien cuando sabíamos que teníamos que interactuar con nuestros congéneres y por tanto con un posible portador. Por eso cumplimos con todas las normas de bio-seguridad, y a éstas aún le agregamos un componente propio y un estilo personal.

La  muerte nos estuvo haciendo guiños desde una esquina. Muchas veces pasamos por esa esquina sin  mirarla, pero otras veces nos deteníamos hablar largamente con ella. Buscamos orientación espiritual, reflexionamos largamente sobre la muerte, nos dimos cuenta de que éramos mortales y nunca fue tan duro aprender aquella enseñanza del Buda que habíamos escuchado tantas veces:

 

“Pertenezco a la naturaleza de la muerte, no puedo escapar de la muerte”.

 

Cuando tuvimos al virus en nuestro cuerpo, recibimos otra tibia y leve puñalada, pero puñalada al fin,  con la subsecuente  sentencia del Buda:

 

“Pertenezco a la naturaleza del al enfermedad, no puedo escapar de la enfermedad”.

 

Cuando recordamos  a nuestros seres queridos que han dejado el  hogar, y supimos de las muchas formas que existen de dejar el hogar, verificamos que nunca fue tan cruda esa verdad terrible de la que nos viene alertando certeramente el Buda:

“Pertenezco  a la naturaleza del cambio, no puedo evitar que las cosas que amo cambien”.

 

El espejo, incapaz de mentir, aunque seamos íntimos y buenos amigos, incapaz de proferir  aunque sea una  blanca y delicada mentira, sino que obstinado con ser fiel a la realidad nos espetaba en la cara sin ningún miramiento:

 

“Pertenezco a la naturaleza de la vejez, no puedo escapar de la vejez”.

 

Ante todas estas sentencias que son terriblemente verdaderas y que se derivan obsecuentemente de la Primera Gran Noble Verdad: *Todo es impermanente*.

 

Sobre ello meditamos, reflexionamos y sentimos una elevación espiritual cuando comenzamos a desarrollar el desapego y comenzamos  a aprender a vivir la vida sin el apego que nos envenena el alma y en la incertidumbre que la aligera.

 

Eso lo logramos.

 

Eso fue una victoria espiritual.

 

Logramos aprender esto y aun enseñarlo a otros que maravillados por la enseñanza nos agradecía como el minero que había estado perdido en una mina y pudimos llegar  a él con lámparas para rescatarlo de la oscuridad y el socavón.

 

Por un tiempo estuvimos en el sublime gozo de la ecuanimidad,

 

hasta que llegó Navidad…

 

Y entonces nos reunimos y olvidamos el tapabocas, y la férrea disciplina ateniense  que habíamos desarrollado durante todo un año para cuidarnos, se disolvió en un minuto entre el vino y el pan de jamón.

 

Y las reflexiones acerca de la muerte, de  la Primera Gran Noble Verdad y del desapego, se apartaron para darle paso a los aguinaldos, a las gaitas y al parrandón.

 

Así como despertándonos en una mañana que nos encandila por tanta luz, ya que nuestros ojos habían  estado acostumbrados a la noche, al alcohol y a la juerga; nos despertamos sobresaltados y preguntándonos atemorizados ¿Qué pasó anoche? Entonces vuelven sobre nuestras almas las angustias que apenas ayer ya habían estado casi superadas. Hoy vuelven con mucha más fuerza, y sabemos que nos toca de nuevo ponernos la armadura ateniense y la flemática actitud del inglés. Cuando vemos en la prensa alguna alusión a la variante Ómicron, solicitamos la diligencia de cualquier mecanismo de defensa que nos haga reprimir el miedo mientras pensamos resignada y esperanzadamente:

 

“Ya por ahí pasamos y en resumidas cuentas ¿Qué una raya más para un tigre?”

 

Tal vez a Ómicron la tratamos como su nombre lo indica, una “O” pequeña (O micro) a diferencia de su hermana mayor la Omega, es decir, una “O” grande (O mega), ojalá y a los dioses pluguiera que se lo merezca…

 

Sin embargo, la angustia que habíamos conjurado reaparece, la reflexión que habíamos esgrimido se esfuma y la elevación espiritual que habíamos alcanzado vuelve a tierra como si fuera  un ascensor.

Nos encontramos igual que antes.

 

A veces pienso que nosotros los humanos participamos  de lo que yo llamo: “El Síndrome de Dory”, aquella simpática pececita de Disney a quien todo se le olvidaba. Pues cada vez que alcanzamos un logro espiritual se nos olvida y debemos iniciar otra vez desde cero. Cada vez que enfermamos o tenemos un problema nos olvidamos de que estamos conectados indisolublemente con la fuente original y que nosotros mismos somos una fuente original. Entonces reiniciamos el camino una y otra vez hasta que caemos en cuenta de que estamos conectados y es entonces cuando se resuelven los problemas.  Pero como reza el adagio: “Tan pronto nos sale el clavo ya se olvida el sufrimiento”, al solucionarse el problema caemos en un estado maníaco muy similar al de Hybris, en donde nos olvidamos del sufrimiento y de las posteriores reflexiones y avances espirituales, y como toda Hybris tiene su Némesis, caemos otra vez en la angustia.

En mi práctica personal me sucede que cuando estoy en contacto con la muerte por la enfermedad de alguien muy querido, reflexiono y decido vivir mi vida de acuerdo a la Impermanencia y a la incertidumbre. Pero una vez que se cura la persona, olvido esa decisión y me dedico a celebrar alegre y desenfadadamente esa recuperación y a seguir profundizando el apego con la persona que se curó.

¡Ese olvido es  patognomónico del Síndrome de Dory!

 

Por todo lo anterior, después de todo un año de esfuerzo, una navidad en donde se difuminan los límites y las estructuras, puede sernos particularmente problemática, pero también aleccionadora.

 

A manera de conclusión podemos adelantar tres ideas en este escrito:

 

1.    Si hay algo claro en el camino espiritual es que es en espiral. uno aprende, reflexiona, se eleva, alcanza un nivel superior; y luego vuelve al nivel anterior una y otra vez.

Quiere decir que el esfuerzo físico, la disciplina, las prácticas espirituales, las reflexiones acerca de la muerte, las actitudes respecto al apego y al desapego, y el reconocimiento de la incertidumbre, vendrán una y otra vez.

 

2.    El hecho de que reiniciemos el camino una y otra vez no significa que lo estamos haciendo mal, simplemente significa que lo estamos haciendo. Punto.

 

3.    El hecho de reiniciar el camino una y otra vez es significante del Síndrome de Dory, así que contra ese síndrome hay que luchar.

 

 

Entonces nos damos cuenta de que definitivamente el tiempo es circular y que como acabamos de pasar por la “Puerta de los Dioses”, necesariamente tendremos que pasar por la “Puerta de los Hombres”, y así una y otra vez hasta que por fin podamos salir de la trampa, y es que, aceptémoslo o no, estamos en una trampa.  Vivimos en una trampa y darnos cuenta de ello ya es un gran avance. Esta trampa que se repite una y otra vez, nos acompaña siempre, es nuestra hermana carnal,  y se llama Samsara.

 

Esta reflexión lejos de desmotivar al lector, se hace con la intención de denunciar que estamos en la rueda del hámster, y que darnos cuenta de ello es un gran logro. El Buda decía que se puede alcanzar la iluminación en una vida, yo no espero tan alto logro, me conformo con el gozo de la ecuanimidad que es escalón previo para la felicidad. 

 

Espero  entonces que nuestros esfuerzos, grandes o pequeños, en este nuevo año nos lleven a la felicidad,  y que tengamos que rodar en la rueda del Hámster las vueltas que sean necesarias, pero no más de eso.

Deseo que los esfuerzos que hagamos este año 2022 nos acerquen un poco más,  a través de esta espiral que es la vida, a nuestro destino y logremos superar el Síndrome de Dory. Sabemos que la felicidad se haya en la ecuanimidad que nos aleja del apego, y así, lejos del apego, podernos adentrar en el Gran Gozo “ese que desconoce el sufrimiento”.

Deseo que nos podamos “refugiar en el momento presente” y así lograr que la impermanencia no sea nuestra enemiga, sino más bien convertirla en una gran maestra. Refugiarse en el momento presente, explicaba V. Damcho es estar presente en cada segundo de la vida, es estar atento a todo lo que ocurra en la vida y dejar de estar esclavizado a la ansiedad y a las jugarretas de la mente. Michel de Montaigne habría escrito: “Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”. Refugiarse en el momento presente es anclarse en el presente y vivir, plena y profundamente. Asumir la impermanencia es alejarnos de las desgracias que nunca sucedieron y acercarnos más y más a la felicidad.

La enseñanza dice que debemos desear felicidad a “todos los seres”, tal vez mi mente aún no se haya expandido lo suficiente como para imaginar a “todos los seres”, por lo pronto, y eso si lo puedo comprender, deseo que ustedes en este grupo sean felices

 

¡Feliz año 2022!